Diego del Pozo

18 noviembre - 17 diciembre 2005

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    Alguien a quien temer    
         
 
Cuerpos por los caminos

Pero yo no obedezco del todo; si tengo que ser un objeto que sea un objeto que grita.
Clarice Lispector, Agua Viva.

El eterno retorno; para retornar hay que comenzar de nuevo, una y otra vez, repitiendo nuestras rutinas, construyendo de nuevo sobre los restos de nuestras incertidumbres, qué es real, qué es válido, qué puede permitirnos dar el siguiente paso que nos devuelva al punto de partida.Las certezas han muerto, pero aún así, contamos con que siguen ahí, como andamiaje de nuestras dudas.
Cuando Diego del Pozo Barriuso se plantea construir su Horizonte Trascendente –título de esta exposición en Liquidación Total- parte de la mentira del constructo cultural: la trascendencia en un tiempo que, no por ser cíclico deja de ser finito, y el horizonte, la línea imaginaria de la que, pese a no existir, todos afirmamos que esta ahí, inaprensible e inalcanzable, como los deseos.

 

 

El autor construye su propio horizonte, su campo de visión en la lejanía, mediante panorámicas que nos permiten otear realidades sociales –la familia-, personales –el deseo- o ideológicas –la libertad-. Pero, en contra de lo que podríamos pensar en un principio, las atalayas no se encuentran en lugares distantes, se encuentran en nuestra cotidianidad. Las obras nos acercan a un universo familiar, un ámbito en el que los referentes, lejos de causarnos extrañeza, nos resultan demasiado cercanos, de una proximidad incómoda.

El artista repite y redibuja pequeños gestos, casi imperceptibles, congela la realidad para luego reescribirla de nuevo en su propia repetición, en su propia rutina. Este juego de dobles le permite desnudarnos un poco más, exponernos un poco más a la crudeza de “lo poco que queda”.

Cada trabajo es un inicio, un eterno punto de partida sobre el que debemos construir el discurso. Benjamín señalaba que la idea del eterno retorno es un intento “de armonizar las dos



 

tendencias contradictorias del placer: la repetición y la eternidad” para extraer de la miseria de la revolución industrial la “fantasmagoría de la felicidad”. Pero todo se ha acelerado. Ahora la felicidad es mucho más momentánea, su fantasma más huidizo y el placer se encuentra cada vez más sometido al peso del deseo.

Los cuerpos que aparecen en las obras pueden liberarse de antiguas esclavitudes de la mirada, pero, cuales serán las nuevas tiranías. Como en trabajos anteriores, Diego del Pozo Barriuso nos invita a abordar nuestros deseos y frustraciones, nuestras luchas internas contra las certezas aprendidas; el reto esta en evitar caer en el cinismo o el desencanto. Así nos debatimos, así nos cuestionamos, y volvemos a comenzar, eternamente.




Eduardo García Nieto

 
         
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